Algunas cuestiones que nos plantea el 40 aniversario del antorchismo
- Aquiles Córdova
En este 2014 el Movimiento Antorchista Nacional cumple 40 años de existencia, aunque no nació con este nombre sino con el quizá más honroso pero más estrecho de ANTORCHA CAMPESINA. Este cambio de nombre, por cierto, es una primera prueba del desarrollo que el antorchismo ha experimentado en estos 40 años, desarrollo que puede comprobarse, además, con dos o tres datos sencillos para no meternos, por ahora, en mayores complicaciones estadísticas: nacimos en Tecomatlán, un municipio de la Baja Mixteca poblana, el más pequeño y, en aquel entonces, el más aislado, ignorado y marginado de los 217 con que cuenta el estado de Puebla; hoy estamos en las 32 entidades federativas del país y, naturalmente, en las capitales y en la principales ciudades de cada una de ellas; éramos 32 miembros entre campesinos, amas de casa y un núcleo de jóvenes agrónomos con intensas y arraigadas inquietudes sociales; hoy somos poco más de un millón en todo el territorio nacional; comenzamos con puros sueños y uno o dos proyectos precisos; hoy podemos mostrar grandes y sólidas realizaciones en favor de los más débiles en cientos de comunidades urbanas y rurales, algunas tan grandes e importantes como Chimalhuacán o las colonias del oriente de la capital poblana, o tan emblemáticas como Tecomatlán y Huitzilan de Serdán, y va en camino Ixtapaluca, cuyo radical mejoramiento global ya inició y será un hecho total en poco tiempo más.
Nuestro éxito en resultados prácticos, en incremento numérico, en capacidad de convocatoria y, sobre todo, en el despertar de la conciencia de miles de gentes, antorchistas y no antorchistas, ha dado como resultado un efecto curioso: cada vez más gente nos pregunta sin rodeos: ¿y qué esperan para transformarse en partido? ¿Ignoran acaso que a México le urge una verdadera opción de cambio como la que ustedes representan en todo el país, o no saben que en el PRI los ven como un quiste extraño y peligroso que algunos proponen extirpar de una vez por todas? ¿Ignoran que mucha gente de buena fe los ve con desconfianza y no se les sumará jamás, precisamente por ser priistas? Hablando con verdad, la mayoría de quienes preguntan son gente con formación política, algunos con militancia y experiencia práctica en el ejercicio del gobierno y con una visión propia de lo que debe ser el país, y puede pensarse, por eso, que simplemente quieren “tirarnos de la lengua” para después manejar nuestra respuesta dónde y cuándo les convenga; pero lo más sorprendente es que hay ya un buen número de antorchistas que empiezan a formular la misma cuestión y que hoy, con motivo de nuestro 40 aniversario, crece casi minuto a minuto. Los que hacemos cabeza nos vemos ya en un verdadero aprieto para manejar el problema porque los argumentos y razones que esgrimen los descontentos son tan evidentes y ciertos que es imposible eludirlos o negarlos.
¿Cuál es la posición de los líderes, pues? Quienes fundamos Antorcha Campesina no la diseñamos como un partido político con plena conciencia de lo que hacíamos. Prueba irrefutable de esto es que, hasta hoy, no hemos hecho nunca ningún plan ni intento serio en esta dirección. ¿Por qué? Porque, como bien lo dice con toda claridad y honradez nuestro lema principal, lo que nos propusimos desde un inicio no era la conquista del poder de la nación, sino luchar contra la pobreza y la desigualdad brutal que reina en México, y para eso no era necesario, pensamos, tener en las manos el gobierno del país, sino al pueblo organizado, consciente de sus derechos y dispuesto a luchar por ellos. Por tanto, lo que necesitábamos era una organización de masas fuerte e independiente, y no un partido político. ¿Qué ha pasado entonces? ¿Qué ha cambiado como para provocar el giro que empieza a tomar el pensamiento de muchos antorchistas? Dos cosas evidentes, ninguna de las cuales es responsabilidad nuestra. 1°) Que la pobreza, lejos de disminuir, es ahora mayor y más lacerante que cuando Antorcha comenzó su lucha. Este hecho, obviamente, no demuestra que hayamos errado las metas o el camino, pero sí prueba que no hemos tocado las causas estructurales que engendran la pobreza y, por eso, ésta avanza a tambor batiente y rebasa los resultados de nuestra lucha. Urge una política global y económicamente radical para frenarla y erradicarla, y eso sí requiere, indiscutiblemente, manejar el poder de la nación entera. 2°) Que nuestros recursos de lucha, los más enérgicos y eficientes, no sólo no son respetados y atendidos por quienes tienen el deber de hacerlo, sino que los rechazan y combaten como un delito y una grave ofensa a su dignidad de gobernantes. Para colmo, ahora hay ya una iniciativa de ley para “regular” la protesta pública, que no es otra cosa que una burda chicana para hacer totalmente ineficaz y nugatorio ese derecho constitucional.
Y mientras tanto, ahí están los antorchistas oaxaqueños con más de un mes en plantón (y después de casi dos años de inútil espera de una solución pacífica a sus demandas), sin que el gobernador Gabino Cué se digne enviarles aunque sea a un empleado de intendencia a dialogar con ellos. Al mismo tiempo, protege descaradamente a la pequeña pandilla de asesinos de San Juan Mixtepec que han secuestrado, incendiado, emboscado y asesinado en masa a los indígenas de Yosoñama, sin que al señor gobernador le quite el sueño la sangre derramada. Allí están los antorchistas de Baja California y de Baja California Sur, que piden maestros, aulas, sanitarios, canchas, vivienda digna, regularización de asentamientos e introducción de servicios, en Tijuana y la Paz respectivamente, y sólo reciben ataques en los medios, cercos policíacos y declaraciones soberbias y amenazantes de que no “cederán a caprichos de nadie” (¡?). Allí están los jóvenes estudiantes de la FNERRR en la capital del país, que piden al gobierno perredista un albergue y otras ayudas menores para continuar sus estudios, y que el día que intentaron manifestarse fueron “encapsulados”, es decir, acorralados y aislados por la policía de Miguel Ángel Mancera. Allí están los antorchistas potosinos y los obreros de la empresa PROYCAL cuyos derechos, brutalmente violados por la Junta Local, se niega a hacer respetar el gobernador Fernando Toranzo Fernández. Y allí está también, y como botón de muestra, el secuestro de don Manuel Serrano Vallejo, padre de la alcaldesa de Ixtapaluca, de claro corte político, sin que nadie hasta hoy le preste la menor atención.
Por tanto, si la pobreza nos gana la carrera y los gobiernos, del partido que sean, nos bloquean e impiden que ejerzamos nuestros derechos constitucionales, ya no parece tan insólito, sino más bien muy natural y lógico, que los antorchistas comiencen a preguntarse si debemos seguir igual o si se impone alguna cambio de rumbo para superar ambos obstáculos. Y tampoco sorprende que concluyan que ese cambio no puede ser otro que pelear el poder de la nación, para lo cual, ahora sí, hace falta que nos transformemos en partido político. Los viejos, quizá por viejos, creemos que hay ya demasiados partidos parásitos que gravitan inútilmente sobre el erario nacional como para cargarlo con uno más; que un antorchismo como el originalmente pensado sigue siendo viable a condición de que el PRI deje de atacarnos y de tratarnos como a tropa enemiga, y que exija, en cambio, que se nos respete y atiendan nuestras peticiones, siempre que sean legales, justas y necesarias. A cambio, pueden contar con nosotros como hasta hoy, es decir, con nuestra adhesión sincera y nuestra lealtad plena y confiable. Si en el futuro las cosas toman otro rumbo, queremos dejar claro desde ahora que no será culpa nuestra, sino de quienes nos ignoran, calumnian y reprimen, contra todo derecho y contra toda justicia.