La visita del Papa Francisco. El Estado mexicano en el Siglo XXI

  • Jorge E. Franco Jiménez

La visita del Papa Francisco a México impactó profundamente a los diversos sectores sociales de la República Mexicana, el cual se apreció en la difusión que se hizo en televisión a nivel nacional, de la presencia de políticos de todos colores, vertiéndose una serie de opiniones a favor y en contra de su participación, centrándose la atención, como era de esperarse, en el Presidente Enrique Peña Nieto y su esposa Angélica Rivera, de los Gobernadores, funcionarios federales, artistas, así como en el contenido de los mensajes del Pontífice, y el del propio Presidente, enfocándose algunas de las opiniones en los aspectos no adecuados que advertían en estos eventos los comentaristas.

Considero que la visita oficial y religiosa, tuvo en un alto porcentaje de auténticos y múltiples efectos en el pueblo que profesa la religión católica, pues no deja de ser, el Papa, un personaje mundial de reconocida influencia que se identifica con la problemática de América y de México, en lo social, político y de relación con el Estado Mexicano que caracteriza la conformación ideológica constitucional del mismo.

Me llamó la atención,  la pregunta que hicieron en los medios electrónicos, acerca de que si la presencia de la esposa del Presidente, en la llegada del Papa a México, violaba el protocolo; la respuesta es no porque en México no está prohibido en las reglas formales que rigen estos actos, inquietud que me hizo recordar la primera visita del Papa Juan Pablo II a México, en enero de 1979, durante el periodo de gobierno del Presidente López Portillo, que se argüía obedeció no solo a razones políticas, sino a la petición de su madre, a quien el distinguido visitante ofreció una misa privada en los Pinos.

La nota en aquel entonces fue del Columnista Milton Rojo en línea directa que en uno de sus artículos escribió: “Como dato curioso, en la visita de enero 1979, el Presidente López Portillo llevó al Papa a que celebrara misa en Los Pinos, su secretario de gobernación le hizo ver el error ya que no había relaciones diplomáticas con el Vaticano y todas las implicaciones de lo que con esa señal enviaba el Presidente. López Portillo no hizo caso y meses después cesó a su Secretario de Gobernación.”

 A partir de esa fecha el Papa Juan Pablo II, visito México en cuatro ocasiones, la segunda tuvo lugar en mayo 1990, en la cual Juan Pablo II se entrevistó con el Presidente Carlos Salinas; la tercera en agosto de 1993 a Yucatán, ya como Jefe de Estado y Pontífice; la cuarta del 22 al 26 de enero de 1999, fue recibido por el Presidente Ernesto Zedillo y su esposa en los Pinos; la quinta en agosto de 2002, durante el gobierno del Presidente Vicente Fox, quien beso el anillo papal; en marzo de 2012 lo hizo el Papa Joseph Ratzinger, siendo Presidente Felipe Calderón a quien acompañó su esposa Margarita Zavala.

El Papa Francisco hace la séptima visita, como Jefe de Estado del Vaticano y Pontífice. Como representante del Estado Vaticano en el Palacio Nacional, expresó: “... Un pueblo con juventud es un pueblo capaz de renovarse, transformarse; es una invitación a alzar con ilusión la mirada hacia el futuro y, a su vez, nos desafía positivamente en el presente. Esta realidad nos lleva inevitablemente a reflexionar sobre la propia responsabilidad a la hora de construir el México que queremos, el México que deseamos legar a las generaciones venideras. También a darnos cuenta de que un futuro esperanzador se forja en un presente de hombres y mujeres justas, honestas, capaces de empeñarse en el bien común, este «bien común» que en este siglo XXI no goza de buen mercado. La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo.”

Mensaje adecuado al entorno en que se emite, pues la situación del país presenta signos contrarios al pensamiento emitido por el Papa. En este aspecto, hace notar la composición poblacional del Estado Mexicano, formado por una mayoría de jóvenes buscando mejores opciones de vida y desarrollo, concomitante con la responsabilidad de los sectores que lo conducen o que de alguna manera inciden en ello; pone énfasis en otra objetiva situación, la corrupción, la deshonestidad, el beneficio de pocos, en detrimento de muchos otros y del individualismo exacerbado que excluye el bien común; de Reformas al orden jurídico que no modifican ese entorno si no se acompañan de acciones que propicien el bien y desarrollo de las mayorías. Reflejó en sus palabras, en el recinto oficial, el mensaje de un Jefe de Estado.

En la Catedral, a la jerarquía católica mexicana, órdenes religiosas, laicos coadyuvantes de la Iglesia, los emplazó: “En las miradas de ustedes, el Pueblo mexicano tiene el derecho de encontrar las huellas de quienes han visto al Señor, de quienes han estado con Dios. Esto es lo esencial. No pierdan, entonces, tiempo y energías en las cosas secundarias, en las habladurías e intrigas, en los vanos proyectos de carrera, en los vacíos planes de hegemonía, en los infecundos clubs de intereses o de consorterías.” El discurso fue justo y tocó las fibras del  problema que aqueja a esa estructura.

Las frases son precisas y firmes, de manera tal que en todas sus alocuciones se advierte el llamado especifico a los que las dirigió, como vimos en Palacio Nacional, la Catedral, Chiapas, Michoacán y Ciudad Juárez. Es natural que en un tiempo tan corto y agobiante de la Agenda, no fuese posible expresar su sentir acerca de los múltiples problemas que nos aquejan a los Mexicanos, sin embargo, el pueblo que lo aplaudió, esperó durante horas para solo verlo pasar, o los que tuvieron el privilegio de ser tocados o saludados por él, como los afectados en su salud, niños, ancianos y jóvenes, o aquellos que viajaron a los Estados visitados, conmovidos ante su actitud y las palabras de aliento de no “permanecer caídos”, lo sintieron y asimilaron como un desagravio traducido en una lección de aliento y esperanza.

Los miembros del sector oficial mostraron el mismo impacto, el Presidente Peña y su esposa Angélica Rivera, comulgaron en la catedral al igual que muchos otros. Esta visita es y seguirá siendo criticada negativamente, como fueron las que tuvieron lugar en los Periodos de López Portillo, Vicente Fox, y Felipe Calderón, aun cuando se trate de contextos socio políticos diversos que corresponden a épocas de  antes y después del reconocimiento de las Iglesias y del Vaticano como Estado por parte del México, sin tomar en cuenta que la evolución social, impuso una realidad que no correspondía ya a la de  la simulación, en la relación de lo laico del Estado y las Iglesias, para imprimirle un marco jurídico que regulara el quehacer de estas últimas, al igual que toda persona solo o agrupado, para sujetarlas al campo definido de la ley y del control del Poder Público que garantiza para todos la libertad de conciencia y de fe, gobernantes y gobernados.

No existe duda que se reglamentó en la ley, el sentido laico de esa relación, para “dar al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”, materializando las palabras de Jesús, al reafirmar el Estado Mexicano, lo que le toca hacer, ocuparse del bienestar del pueblo mediante un gobierno formalmente democrático; las Iglesias ocuparse de su servicio, ceremonial religioso, bienes y organización como asociaciones. Este esquema, ha permitido exponer a los integrantes de la jerarquía Católica a la denuncia de los hechos bochornosos que se cometen al amparo de su investidura; incitar a que los pontífices se pronuncien sobre ellos, como lo acaba de hacer el Papa Francisco respecto de los actos de encubrimiento de actos de pederastia cometidos por religiosos. La visita arroja un resultado positivo que minimiza lo negativo de las omisiones que se le imputan al Sumo Pontífice.

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