Una acusación más al antorchismo: su verdadero delito es estar del lado de los pobres

  • Aquiles Córdova

El 21 del mes en curso, en EL UNIVERSAL, apareció un reportaje de Amílcar Salazar titulado: “Huitzilan: semillero de mendicidad”. Ese mismo día y en primera plana, un editorial del diario recoge el tema y se pronuncia por la implacable persecución y castigo de quienes trafican con niños y los obligan a mendigar en su provecho. Obviamente, yo no tengo nada que objetar a ambos pronunciamientos ni tampoco respecto al derecho del diario y de sus reporteros a publicar lo que consideren útil o necesario para sus lectores. Pero sí quiero, y espero que así se me conceda, ejercer mi derecho a la legítima defensa, un principio universal de justicia del cual el derecho de réplica es una aplicación particular. Quiero poner de relieve lo que a mi juicio son algunas inconsistencias, transgresiones elementales a la lógica y al rigor científico de la investigación del reportero, y dar mi interpretación del motivo y del momento escogido para hacer públicas esas acusaciones.

Amílcar Salazar comienza haciendo una acusación terrible: “Desde hace 20 años, Antorcha Campesina impuso a cientos de niños de la sierra poblana la costumbre de pedir dinero en el metro del D.F., acusan pobladores”, dice. Esto es, simple y sencillamente, una mentira, una falsedad que yo, por supuesto, niego y rechazo rotundamente. Nunca, jamás, ni por fuerza ni voluntariamente, hemos utilizado a niños para ésta o para cualquier otra tarea denigrante y lesiva a su autoestima y a su dignidad personal, y exijo pruebas más atendibles que la simple palabra de quienes informaron al señor reportero. En seguida viene una pintura, que verdaderamente causa repulsión y rechazo, del cuadro que ofrecen niños indígenas pobres que piden dinero en el metro portando carteles con leyendas que, en efecto, denuncian la mano de alguien más ducho que ellos en el arte de chantajear a los transeúntes para arrancarles dinero. Pero llamo la atención sobre el hecho de que, ni en los carteles ni con sus propias palabras, acusen, o mencionen siquiera, a Antorcha Campesina. El reportero afirma: “Esta actividad, que realizan adultos y niños, es una costumbre implantada por Antorcha Campesina desde hace dos décadas, revela una investigación realizada por EL UNIVERSAL, basada en documentos y en un recorrido por la sierra nororiental poblana y los vagones del metro”. Veamos, pues, esa investigación.

Bajo el epígrafe de “Cadena de pobreza”, se dice que los niños vagoneros son el eslabón más débil de una cadena de miseria, ya que son forzados a “trabajar” no solo por sus padres, familiares o paisanos, sino también por redes de trata ya asentadas en la metrópoli, según han denunciado diversas organizaciones no gubernamentales (ONG). Vuelvo a llamar la atención sobre el hecho de que tampoco aquí aparece el nombre de Antorcha Campesina y de que, además, ni siquiera se precisa de qué ONGs se trata. Pero más sorprendente resulta saber que el estudio del fenómeno corrió a cargo del SCT, es decir, el órgano que administra el metro, que lo hizo mediante un “muestreo” (¡sic!), o sea, que ni siquiera existe un conteo directo de los niños vagoneros y, además, que la Procuraduría de Justicia del D.F. “no tiene ningún dato sobre el delito de la trata de infantes” y que la Procuraduría Social del gobierno capitalino tampoco tiene ningún registro de los conocidos como “campesinos de la Sierra Norte de Puebla”. ¿De dónde sacó, entonces, el reportero la información que magnifica en su “investigación? ¿De unas ONGs no identificadas? ¿Y qué tiene que ver Antorcha con todo esto? Sigamos. Viene otro epígrafe: “Uso político”. Aquí sí que aparece por fin Antorcha Campesina, pero de una manera curiosa, por decir lo menos. Todo se reduce a citar la obra “del investigador mexicano Ilán Lieberman y patrocinada por la Fundación Amparo de Puebla”, titulada “Historia de la comunidad nahua de San Miguel del Progreso,  en la cual se recogen testimonios de “14 representantes comunitarios” (¿de dónde habrán salido tantos “representantes”, quién los nombró y a quién representan realmente?); de ellos se mencionan sólo cuatro nombres que, en efecto, acusan a Antorcha de haber iniciado la costumbre de las colectas en la capital del país para provecho de los líderes. Pero, además de la palabra de los acusadores, hay una ausencia absoluta de pruebas y tampoco se dan nombres, ningún nombre, ni de las víctimas ni de sus supuestos explotadores; es una acusación adventicia lanzada contra nadie en particular, que no merece, por eso, ninguna credibilidad. Está, además, el problema que presenta la selección de los testigos: cuando una muestra no es realmente aleatoria y del tamaño requerido, sino que se escoge intencionadamente entre los pocos cuya opinión se sabe de antemano que concuerda con lo que se desea probar, los resultados carecen en absoluto de rigor científico y de valor probatorio. Se trata de una vulgar chapucería para hacer pasar como verdades demostradas mentiras del tamaño de una rueda de molino para lo cual no se requiere ser un “investigador mexicano” pagado por la fundación de la multimillonaria familia Espinoza Iglesias.

Sigue la investigación “En un andén de San Cosme”. Se habla aquí de un tal Eligio “N” del que se afirma que maneja a un grupo de 3 mujeres y nueve niños a los que trae colectando, se supone que para su provecho. El cuasi anónimo Eligio “N” dice que estarán colectando un mes, que pernoctan en un domicilio cuya dirección registra el reportero y da alguna justificación para pedir dinero en la vía pública. El reportero asegura que intentó visitar el albergue pero que no le permitieron la entrada y que una vecina le confirmó que, en efecto, allí se alojan por la noche los indígenas, que duermen en cajas de cartón que extienden como “un tapetito”. Todo eso puede ser cierto, pero la pregunta que yo hago es ¿Y  qué tiene que ver Antorcha con todo eso? El reportero no lo dice, pero es evidente su intención de inducir en sus lectores la idea de que detrás está la mano de Antorcha. Finalmente viene el epígrafe “Muchos niños ya no regresan”. Esta parte del reportaje fue escrita, al parecer, con base en la visita personal del reportero a Huitzilan; pero, al igual que el “investigador” pagado por la rica familia Espinoza Iglesias, busca por el camino equivocado, porque interroga sólo a los enemigos declarados de Antorcha, y con ello demuestra que no fue a investigar la verdad sino a buscar elementos para respaldar lo que de antemano ya tenía decidido como tal verdad. Un tal Mauro, otro cuasi anónimo, le repite la acusación sobre la culpa de Antorcha en lo de las colectas y le asegura que todo comenzó desde que Antorcha “agarró el poder a la mala” en 1984; se queja de que Antorcha lo es todo en Huitzilan pero que “nada nos da a la gente sencilla”, a quienes no la siguen y obedecen en “sus cosas políticas”. Luego dice algo muy revelador al referirse a los huitziltecos que colectan en México y que se llevan consigo a menores. “Se importan sólo ellos, que son los grandes (es decir, los adultos, aclaro yo, ACM), abusivos y huevones, pero a los niños que se los traguen los diablos”. Tranquilina, hija del anterior según el reportero, le dice que en la región “hay gente mala” que engancha a niños para llevarlos a trabajar a Puebla o a México a donde “van a sufrir y a dar lástimas, y a muchos ya no los traen de regreso”. Nótese que ninguno de los dos, padre e hija, acusan a Antorcha Campesina de ser la responsable de todo, a pesar de queda claro su odio hacia la organización.

En resumen, pues, haciendo a un lado las insinuaciones y los abusos lógicos del reportero, sólo queda en pie de su “investigación” que Antorcha enseñó a varios adultos hutziltecos a colectar (y de eso hace más de 30 años ya) y que hay un grupo de gente absolutamente enemiga de la presencia y del trabajo de la organización en Huitzilan. Ambas cosas son ciertas. En reiteradas ocasiones, respondiendo a acusaciones de que vivimos de explotar a los pobres organizados con nosotros, hemos dicho que una parte importante de nuestros ingresos proviene de la colecta pública; pero es absolutamente falso que lo hagamos con niños, y menos con niños “obligados” a colectar por la fuerza. Colectan los adultos; y aun estos sólo si lo aceptan voluntariamente; todo lo demás es basura, es excremento con que se intenta detener nuestro movimiento mediante el desprestigio, el terror y, si es posible, con la represión violenta por parte del poder público. Nuestros enemigos en Huitzilan, los caciques enriquecidos con el trabajo, el hambre y la marginación brutal de los indígenas de la educación y el progreso nacionales, sus lacayos y sus compadres políticos poderosos, son los que propalan esos infundios porque no se resignan a perder el poder del que han vivido siempre y del que han extraído toda su riqueza. Esa gente está siempre presta a aprovechar la menor coyuntura que se les presente para renovar su embestida contra del antorchismo huitzilteco, poblano y nacional, y esas oportunidades suelen ir a buscarlos hasta las puertas de su domicilio en épocas de elecciones como la que vivimos hoy, ofreciéndoles tribuna, difusión y notoriedad gratis y tirándoles de la lengua con preguntas a modo para que despotriquen sin tasa ni medida en contra nuestra. Se quiere alinearnos por la fuerza con un candidato o bien debilitarnos a tal grado que nuestro apoyo resulte insignificante, razón por la cual es seguro que estamos apenas al principio de una campaña de ataques cada vez más virulentos y temibles en contra nuestra a medida que se aproximen las elecciones en puerta.

El editorial de EL UNIVERSAL llamando a reprimir a los traficantes de niños es impecable en su intención justiciera, pero es imposible no darse cuenta que está motivado y alimentado por el reportaje de Amílcar Salazar y, en consecuencia, va con dedicatoria. Y en eso no podemos estar de acuerdo. Es muy preocupante, debe serlo para todo verdadero mexicano interesado en la paz, la estabilidad y el progreso del país, que desde hace tantos años, y al parecer cada día con más intensidad y virulencia, se empleen tantos recursos, esfuerzos, trabajo e inteligencia para combatir a una organización genuinamente popular y genuinamente comprometida con la causa de los pobres de este país, que son legión y que nadie puede esconder ni negar. Una prueba irrebatible es, precisamente Huitzilan de Serdán. Cuando llegamos allí solo había muerte, desolación, terror, crueldades increíbles de caciques y su brazo armado, la UCI, cuyos miembros son los que salen a dar la cara por ellos. Hoy, gracias a Antorcha y al pueblo huitzilteco organizado con nosotros, Huitzilan tiene jardín de niños, primaria, secundaria, preparatoria y un escuela de educación normal; tiene pavimentadas sus calles principales y algunas secundarias y el trabajo sigue; se pavimentó el camino que une a la población con la carretera interserrana; se arregló el atrio de la iglesia que era un voladero; se construyó un auditorio con capacidad para 1500 gentes; se remodeló el palacio municipal; se construyó un hospital moderno y con quirófano para cirugías de cierta complejidad, que antes los huitziltecos no podían ni soñar; un centro de servicios municipales; una unidad deportiva; se acaba de inaugurar un centro de rehabilitación para enfermos con discapacidad y hay mucho en proceso que sería prolijo enumerar. Curiosamente, nada de esto vio el reportero Amílcar Salazar, una prueba más de que no fue a investigar sino a recabar respaldo para lo que tenía resuelto de antemano.

     En un país donde se persigue con tal fiereza a una organización así, algo debe estar podrido o a punto de pudrirse irremediablemente. Eso enseña la historia y eso es lo que debería preocupar a los verdaderos intelectuales de este país. O al menos, eso es lo que nosotros pensamos y sostenemos, y hoy queremos decirlo en voz alta. Pero quien nos ataca, no pudo haber encontrado mejor camino para enajenarse el apoyo del pueblo organizado en Antorcha y debiera saber, además, que nunca nada estuvo ni estará tan bien escondido que el tiempo no acabe descubriéndolo. Ya se verá.