Hidalgo, martirizado

  • Ernesto Reyes
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Atestiguamos, a distancia, las ceremonias oficiales por el 210 aniversario del Grito de Independencia, sin la presencia de la gente, así como una representación del Desfile del 16 de septiembre.

Lo más destacado, en esta conmemoración, fue la presea “Miguel Hidalgo”, entregada a 58 integrantes del cuerpo médico y de enfermería que, en esta pandemia, arriesgando incluso su vida, cumplieron con el juramento de Hipócrates: “No llevar otro propósito que el bien y la salud de los enfermos”.

El día 15 también se celebró con éxito el sorteo de la Lotería Nacional, con premios equiparables al costo del avión presidencial, tocándole a Oaxaca dos de 20 millones de pesos a favor de una telesecundaria de Candelaria, Loxicha y el hospital militar de Santa María Ixcotel. Acciones afirmativas del interés por la educación y la salud que las mentes conservadoras tanto desprecian.

Hoy que algunos “intelectuales” se quejan de maltrato y “odio” presidencial, es preciso recordarles cómo sus antepasados trataron a nuestros héroes nacionales.

Doscientos años atrás, la jerarquía eclesiástica colonial, impuso sanciones al cura, Miguel Hidalgo y Costilla, considerado el Padre de la Patria. Lo declaró hereje y lo excomulgó. Aquí parte de la historia reciente.

En el año 2007, la Cámara de Diputados formó una comisión que recibió el dictamen de otra, nombrada por la Arquidiócesis de México (en los tiempos de Norberto Rivera Carrera), para revisar los expedientes excomulgatorios de Hidalgo y José María Morelos, acreditado este último como Siervo de la Nación, pero igualmente defenestrado por el poder clerical.

La conclusión de dicha indagatoria, fue especialmente tramposa porque si bien se reconoció que Hidalgo había sido excomulgado, se afirmó que “se le levantó esa excomunión en el momento mismo en que se confesó y se arrepintió…”

Con este argumento se exculpaba de nuevo a la Iglesia Romana, históricamente caracterizada por su inmovilidad. Aunque aseguraran que el libertador murió reconciliado con la institución, es un hecho investigado y probado, que sus inquisidores obligaron a nuestro libertador a estampar su firma en una retractación de sus errores, después de varias jornadas de tortura y prisión entre el momento de su detención, el 21 de marzo de 1811 y antes de ser fusilado: el 30 de julio del mismo año.

Además del proceso militar a que fue sometido, Hidalgo llevó uno inquisitorial en su contra, por lo que fue juzgado como enemigo del régimen político y por herejía. Contra las afirmaciones de que murió en el seno de la Iglesia católica, Carlos Martínez García, - diario La Jornada, 9 de septiembre de 2009- recuerda cómo el conglomerado político/religioso de la Nueva España desató toda su maquinaria para imponerle al cura una “condena ejemplar”.

Por ejemplo, cuenta el historiador, en un edicto fijado en los templos del Bajío, se le considera “depravado, desviado doctrinalmente, fornicario, soberbio, libertino, infiel, hipócrita, inicuo, enemigo de Dios, monstruo, apóstata, padrote y luterano”.

Tras ser tomado preso, Hidalgo compareció primero ante la Inquisición, pues antes de enviarlo al paredón, primero debían retirarle los hábitos sacerdotales. De las mazmorras, solamente salía a comparecer ante sus jueces eclesiásticos.

La pena de excomunión firmada, aseguran, por el Papa Pío VII, declaraba: “Lo anatematizamos y lo secuestramos de los umbrales de la Iglesia del Dios omnipotente para que pueda ser atormentado por eternos y tremendos sufrimientos (…) Que el hijo del Dios viviente, con toda la gloria de su majestad, lo maldiga, y que el cielo con todos los poderes que hay en él se subleven contra él, lo maldigan y lo condenen. ¡Así sea! Amén”.  Aquello sí era odio. 

Puesto en manos de la justicia civil que la misma Iglesia controlaba, al cura de Dolores lo fusilaron y su cuerpo exhibido en la plaza pública. Una vez que le cortaron la cabeza, la pusieron en una caja con sal para enviarla a la Alhóndiga de Granaditas, donde estaban las de tres de sus compañeros insurgentes. Como se asegura que murió reconciliado con la Iglesia, Martínez García concluye que se ha tratado de invisibilizar la pena de excomunión, pero en realidad la abjuración le fue arrancada bajo torturas y anatemas.

Que no se nos olvide: Hidalgo como Morelos, murió martirizado por quienes en aquella época en que se cincelaba nuestro futuro, se negaban a las transformaciones, a que en la naciente Nación hubiera libertad de creencias, de expresión, de libre manifestación de las ideas. Juzguen ustedes.

@ernestoreyes14