A un pueblo sufriente e irritado, es mejor decirle la verdad

  • Aquiles Córdova

Tal vez sirva, para explicar y justificar el encabezado, recordar la famosa entrevista que don Porfirio Díaz concedió al periodista norteamericano Creelman, en la cual el anciano dictador, pasándose de listo y subestimando la inteligencia y el valor que da a la gente la desesperación, aseguró que el país estaba ya maduro para ejercer la democracia y que, en consecuencia, no buscaría la reelección. Es seguro que muy pocos le creyeron; pero si a pesar de eso las fuerzas que buscaban un cambio ya impostergable le tomaron la palabra, fue porque sabían que eso era lo que el pueblo quería y necesitaba, independientemente de cuál fuera el verdadero propósito del dictador. Y había que dárselo, había que conseguirlo al precio que fuera. Así se desencadenó la revolución.

Hoy, la situación crítica del país es más que evidente, e intentar esconderla o minimizarla entraña un fracaso seguro si no es que resultará contraproducente. Es cierto que los factores determinantes de la crisis no son de origen interno, sino que son problemas que estamos importando del exterior básicamente. La caída de los precios de las materias primas (destacadamente del petróleo); la devaluación del peso; la contracción de las exportaciones (sobre todo a Estados Unidos, que son la inmensa mayoría); la fuga de capitales; etc., obedecen a maniobras de muy alto nivel del capital mundial que busca conjurar el peligro que ve en el desarrollo y fortalecimiento de las economías de países que no se hallan bajo su control absoluto, como Rusia, China y los otros miembros del  BRICS. Para lograrlo, busca depreciar las exportaciones que más divisas les aportan a esos competidores peligrosos y cerrarles los mercados más grandes y con mayor poder de compra; y estos reaccionan, entre otras medidas más complejas, devaluando su moneda para abaratar sus productos y recuperar mercados, cuya pérdida o drástica reducción es la causa inmediata del frenazo de la economía china, que a su vez es el responsable directo de la devaluación de las materias primas, de la caída en las bolsas de valores y de la devaluación de las divisas. Esta devaluación se ha visto acelerada, además, por la fuga de capitales que provocó la noticia, dada en el peor momento posible, del aumento de las tasas de interés que planea la reserva federal norteamericana para atraer más capitales.

Todo esto y más es innegable, aunque de ahí no se deduce que el modelo económico en vigor y el manejo de algunas políticas por parte del gobierno, directamente o a través del Banco de México y la Secretaría de Hacienda, no tengan ninguna responsabilidad en el impacto de los factores externos sobre la situación económica y social del país. Pero no es éste por ahora el tema que me interesa, sino el hecho de que, en medio de esta tempestad económica, en medio de los duros problemas que ya afrontaba nuestro desarrollo y que tienden a agravarse por el entorno mundial negativo, se intente minimizar el peligro y tranquilizar a la opinión pública con planteamientos que claramente se dan de bofetadas con los hechos, buscando al parecer mantener la tranquilidad pública y recuperar la confianza que han perdido las instituciones y el gobierno, justamente por el abuso que en el pasado se ha hecho del discurso anestésico y falto de congruencia con la realidad.

Algunos ejemplos. Se asegura que la drástica caída de los precios del petróleo no afectará en ningún modo ni medida el gasto social del gobierno, pese a que todos sabemos lo que los ingresos petroleros aportan a las finanzas públicas. No se afectarán rubros como educación, salud, alimentación y vivienda, por mencionar sólo algunos. Pero, por otro lado, se han publicado ya los recortes que se piensa hacer al presupuesto de instituciones clave como la UNAM, el Politécnico y la Universidad Metropolitana, y no es pecar de suspicaz suponer que esos no serán los únicos ni los mayores recortes a la educación pública. De varios puntos del país llega información de que se están negando recursos para el funcionamiento de clínicas, centros de salud y hospitales pertenecientes al sector salud del gobierno; y con mayor razón se niega la construcción de nuevas instituciones que demanda la población. Otro tanto ocurre con plazas de docentes en todos los niveles educativos, con la dotación de infraestructura y con la construcción y mantenimiento de espacios escolares. En todos los casos, incluidos funcionarios de la propia Secretaría de Hacienda, se alegan severos recortes al gasto público, y se advierte a los demandantes que el año próximo “será peor”. Y quienes dicen que no pasará nada, no se molestan en explicar, de manera entendible y creíble, cómo harán para repetir el milagro de los panes y los peces.

También se dice que la devaluación del peso no encarecerá la canasta básica ni provocará inflación, porque los productos de consumo popular nada tienen que ver con el dólar. Pero todos sabemos que un alto porcentaje del trigo, el arroz, las oleaginosas y hasta el maíz que consumimos, se importa de Estados Unidos y se paga en dólares, y que lo mismo pasa con ropa, zapatos, artículos de aseo y muchos más. Se sabe, además, que la producción de hoy está de tal modo entretejida, que hay tal dependencia de unos productos respecto a los otros, que es imposible, por ejemplo, subir los precios de uno sin que acabe ocurriendo lo mismo con todos, sin importar su naturaleza. Se asegura, además, que la devaluación ayudará a dinamizar las exportaciones bajando sus precios, y hará crecer con ello la economía y los empleos. Pero Alicia Bárcena, funcionaria de la CEPAL, asegura que todo lo que exportamos lo compramos primero con dólares, y en tono jocoso agrega que “somos muy buenos para exportar importaciones”. Y estas exportaciones, ¿bajarán cuando el dólar sube? Finalmente, se dice que la reforma educativa va; que nadie podrá detenerla. Pero entonces, ¿por qué niños de primaria y sus padres llevan meses reclamando en Michoacán que se aplique la reforma en sus escuelas y nadie les hace caso? En este conflicto está en duda otra afirmación del discurso oficial: que nadie está por encima de la ley. Pero el Secretario de Educación Pública de Michoacán grita, con toda soberbia y desfachatez, que no acatará la reforma, que es ley, porque “tiene compromisos.” ¿Entonces, como dice el refrán, todos somos iguales ante la ley, pero unos somos más iguales que otros?

Admira que, queriendo sembrar optimismo y recuperar la confianza pública, se insista en que la reforma energética marcha sin tropiezos y que es cuestión de tiempo para que sus beneficios se comiencen a sentir en los bolsillos de todos, cuando es evidente que la primera subasta de concesiones para explorar y producir petróleo casi quedó desierta, y que quienes pujaron lo hicieron con propuestas tan magras que no hay lugar al optimismo. Y la causa está a la vista: el petróleo, hoy por hoy, ya no es el negocio que era como materia prima; sería mejor, por tanto, convertirlo primero en productos de alto valor agregado para poder venderlo con provecho. Para terminar, nadie duda de que recuperar la confianza del pueblo es una urgente necesidad del gobierno, y la experiencia histórica dice que eso es posible aún en las peores condiciones de crisis. Y no sólo su confianza, sino hasta su respaldo entusiasta, firme y decidido. Sólo hace falta hablarle claro, explicarle con toda franqueza los problemas, su dimensión y su gravedad, y presentarle un plan creíble para atacarlos y resolverlos. Se despertará así su interés, su voluntad de lucha y su espíritu de abnegación y sacrificios, por duros que sean, y se mostrará dispuesto a seguir a quien haya sabido conmoverlo y convencerlo. En épocas de crisis, lo mejor es hablar con la verdad y con altura de miras al pueblo, que siempre responderá como el adulto que es, y no como niño de pecho, no como lo tratan quienes no lo conocen y desconfían de él.